Un equipo que trabaja con propósito, aunque su proceso parezca desordenado, tiene una energía enfocada. Esa aparente falta de estructura a menudo refleja algo poderoso: la búsqueda activa de soluciones, la experimentación y la adaptación constante.
Por otro lado, un equipo perfectamente organizado pero sin un objetivo claro puede quedarse atrapado en la rutina, funcionando como un reloj bien engranado… pero sin moverse hacia adelante.
En muchos entornos laborales, se prioriza la apariencia de control: cronogramas rígidos, procesos estrictos y una obsesión por evitar errores. Pero, ¿de qué sirve todo eso si las acciones no responden a un propósito mayor? Sin una meta que inspire, el orden se convierte en una excusa para la pasividad. No hay evolución, solo repetición.
El orden por sí solo no genera innovación. Las grandes ideas, las que realmente cambian las reglas del juego, suelen surgir de un estado de caos controlado, caórdico: ese momento en que las ideas vuelan, las reglas se cuestionan y los equipos trabajan intensamente hacia un objetivo, incluso si no todo está perfectamente planificado.
El caos con propósito es diferente del caos total. No se trata de abandonar la organización, sino de entender que el proceso no siempre será lineal ni predecible. Es reconocer que a veces habrá sobresaltos, cambios y ajustes, porque estamos trabajando hacia algo que vale la pena.
Porque, al final, un equipo con dirección puede navegar cualquier tormenta, mientras que uno perfectamente organizado, pero sin sentido, se quedará anclado en el puerto.
Como todos los procesos biológicos...por eso es potente la selección natural porque permite muchas probaturas.
“Caórdico”, me gusta la palabra. Equipos con propósito son importantes, también las personas con propósitos. Si ambos coinciden en idea y dirección son auténticas “máquinas”